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Presentación
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Presentación del director

Este otoño 2014 Feliu Formosa celebra ochenta años. Ya han pasado cinco desde el estreno en la misma Sala Petita del espectáculo Presente vulnerable, de Andrés Corchero y Rosa Muñoz, en el que los coreógrafos de la compañía Raravis releían el dietario homónimo de Formosa y su poemario Cancionero. Dos textos escritos treinta años antes, hermanados no solo por su fecha de redacción, sino sobre todo —me parece— porque ambos actúan en definitiva como oficiantes de un duelo bastante conocido en la trayectoria de Feliu Formosa, después de que este perdiera a su primera mujer, Maria Plans.

 

Creo que el dietario Salón de espejos, el último volumen publicado de Formosa, también tiene un hermano poético que lo ilumina y a su vez lo problematiza delicadamente: el poemario Centro de brevedad. A pesar de que hacer afirmaciones sobre autores que todavía están vivos siempre puede resultar peligroso, me atreviría a decir que este poemario —escrito pocos años antes de Salón de

espejos— es una revisión radical de todo su legado que, en cierta manera, lo invalida y a su vez lo revalida definitivamente.

 

El dietario Salón de espejos me parece una reflexión extraordinaria sobre la cultura, con la mirada clavada obsesivamente en las puertas —cada vez más abiertas— de ese espejo que no siempre refleja lo que querríamos ver reflejado en él. Evidentemente, no quiero entender por «cultura» el estado más o menos institucionalizado del legado indiscutible de una generación que con su esfuerzo titánico —yo diría que casi prometeico— se atrevió a robar el fuego de los dioses para traer-lo a un país que justo estaba saliendo de las tinieblas, aunque después ese fuego a veces haya servido para quemar memorias que podrían haber sido mucho más que combustible circunstancial. Formosa es, sin duda, uno de los principales representantes de esa generación que supo organizar la vendimia cultural de la Cataluña democrática, y hoy —no sé si más que nunca— la lucidez de su mirada resulta reveladora, incluso incómoda.

 

En Salón de espejos, Formosa escucha el segundo movimiento del Concierto para piano y orquesta nº 20, de Mozart, y piensa: «esto bordea el abismo». Cuando los franceses confrontan un espejo con otro, dicen que los «ponen en abismo», porque de repente cada espejo se ve enfrentado a sus propios abismos. El último dietario de Feliu Formosa pone en abismo la memoria del poeta —en un país donde cada nueva generación tiene una cierta tendencia genética a borrar de sus imaginarios los rastros de las generaciones anteriores— y, sobre todo, pone en abismo su realidad presente —que se afana en continuar haciendo ruido, al mismo tiempo que siente como máxima aspiración hallar por fin la conexión profunda con el silencio.

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