Muero como país es un texto insoportable. Tiene ese poderoso magnetismo que a menudo acompaña las verdades insoportables, y como más directamente interpela a los nudos entumecidos de nuestra conciencia, más insoportable se revela, más insoportable se nos hace escucharlo, pronunciarlo, sentirlo.

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No se trata de una pesadilla, sino de una revelación monstruosa en su realidad, y las realidades, antes que nada, son físicas, aunque se vistan de símbolos para dotarse de sentido.

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​Es como una gran fiebre que se declara de repente por todo el territorio devastado del cuerpo, pero que no se reduce solo a un conmocionador grito de alerta, porque seguramente también actúa como un último intento curativo antes de que las defensas se reduzcan ante la decrepitud de la fragilidad humana.

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Hablamos de Grecia, y Grecia es Europa, es el nacimiento de la «Historia», es la contradicción de la cultura (la tecnología, la filosofía, el arte) como terreno a la vez fértil y tóxico.