Presentación del director escénico
El mito de la ninfa marina Galatea, el cíclope Polifemo y el pastor Acis surgió estrechamente vinculado al terreno de la isla de Sicilia, presidida por la amenaza latente del volcán Etna, atravesada por el río Acis y rodeada de gigantescas rocas volcánicas dispersadas por la costa siciliana. El poeta griego Teócrito, padre de la poesía bucólica, ya relató en el siglo III a.C. los amores entre Galatea y Polifemo, si bien parece que fue tres siglos después que el mito cristalizó definitivamente gracias a las Metamorfosis de Ovidio, donde los amores entre Acis y Galatea despiertan la ira del monstruo.
Durante los inicios de la modernidad europea, en un contexto de fuerte revisitación de la cultura grecorromana, el mito de Acis y Galatea disfrutó de una enorme popularidad y fue recreado por grandes artistas como Cervantes, Poussin, Góngora o Lully, a menudo interesados en el poderoso sacrificio amoroso frente a les desatadas fuerzas de la naturaleza. Como si el pastor Acis, a pesar de ser hijo del dios Pan y de la ninfa Simetis, encarnase al humano enfrentado a la divinidad con la fuerza del amor, y a veces incluso llegase a aparecer como una figura cristológica. Como si, ante los ciclos de la naturaleza y la ruina inevitable de toda construcción material, los volátiles afanes humanos pudiesen aspirar a algún tipo de transcendencia.
Cuando Händel compuso su Acis and Galatea, a partir del libreto de John Gay con probable colaboración de Alexander Pope, hacía décadas que Inglaterra había decapitado a su monarca y se había adentrado en las luchas partidistas de la modernidad parlamentaria. La explotación de las colonias estaba dando un impulso definitivo al nacimiento de nuevas élites de tipo urbano y mercantil, mientras menguaban los privilegios de la aristocracia y muchos nobles se veían arrastrados a mezclar su sangre con descendientes de grandes fortunas burguesas.
Con ese trasfondo, la luminosidad musical de esta mascarada pastoral de Händel —que llegaría a convertirse en la ópera más representada en vida del compositor— bordea más de un abismo y deja entrever conmovedores claroscuros que recorren subterráneamente el ambiente bucólico, y ligeramente melancólico, de una ópera que condensa con fascinadora plasticidad algunas de nuestras grandes tensiones esenciales.