En 1895 Àngel Guimerà había provocado un gran escándalo en la sociedad de su tiempo cuando tuvo la audacia de pronunciar en catalán su conferencia inaugural al Ateneo Barcelonés, en una época en que los discursos oficiales se habían pronunciado hasta entonces sistemáticamente en castellano. Ese célebre «discurso del Ateneo» fue leído como un verdadero hito político de su trayectoria. Un tercio de siglo más tarde, en 1930, en el mismo Ateneo Barcelonés, Salvador Dalí había atacado a sus compatriotas por su sentimentalismo rancio, cargando contra «los buenos sentimientos del gran cerdo, el gran pederasta, el inmenso putrefacto peludo, Àngel Guimerà».

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Vergüenza eterna parte del discurso de Àngel Guimerà de aceptación del cargo de Presidente del Ateneo Barcelonés (1895) —en que se utilizó por primera vez la lengua catalana en un discurso oficial, por lo que se convirtió en uno de los mitos fundacionales del nacionalismo catalán— entrecruzándolo con el discurso que hizo Salvador Dalí en el mismo Ateneo (1930), para atacar desde la tarima al conservadurismo de la cultura de su época, y poniendo en su principal punto de mira a la figura de Àngel Guimerà y el aura de beatería y sentimentalismo que lo rodeaba. 

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Un viaje aparentemente histórico, en forma de falso teatro documental, para acabar descubriendo en nuestro presente los rastros —imborrables— de un pasado que seguramente no logrará ser fértil de verdad mientras no lo entendamos y lo conozcamos mejor.